La Paz empieza nunca es una película de 1960 protagonizada por Adolfo Marsillach y Jesús Puente. Probablemente sus creadores querían hacer un melodrama de aventuras pero la novela en que se basaban llevaba una fuerte carga política. Una novela escrita por uno de los periodistas oficiales del Régimen franquista y galardonada con el Premio Planeta. Lo divertido, lo que hace que les invite a ver mi pequeño resumen de 4 minutos, es lo torpe y contradictoria que resulta su defensa de la represión.
Adolfo Marsillach es López, un activista de derechas que, tras una serie de peripecias durante la Guerra, es invitado a llevar a cabo una operación contra los maquis que resisten en las montañas de Asturias. Su misión es hacerse pasar por agente de la República para infiltrarse en uno de los grupos y hacerles caer en una serie de emboscadas. El brazo ejecutor de estas emboscadas no es otro que Jesús Puente, el tipo simpático del atún Calvo. El paternal presentador de Su media naranja. Un actor bonachón al que jamás hubiera imaginado exterminando rojos a ráfagas de metralleta.
Darle más importancia de la que tiene sería un error, es una historia de aventuras al estilo de las que se hacían tras la Segunda Gran Guerra. El problema de La Paz empieza nunca es que López es un personaje marcadamente moral, amargo, que se pregunta constantemente por la justificación ética de sus actos. Esto hace que la película esté llena de típicas peroratas franquistas sobre la Paz y la Reconciliación. De llamamientos a la Hermandad entre españoles que aspiran a una misma justicia social.
Todas estas reflexiones quedan en ridículo cuando Jesús Puente empuña su metralleta y liquida por la espalda al conjunto de la totalidad de los gerrilleros republicanos dejando sus cadáveres exánimes sobre una bella playa Asturiana. Y luego a otras partidas en un hermoso collado montañés. A esto queda reducida la Reconciliación; Ni prisioneros, ni detenciones, ni -por supuesto- reinserción de presos. López y Mencía (Marsillach y Jesús Puente) representan simbólicamente el pacifismo franquista: a todos esos españoles, aunque son nuestros hermanos, hay que matarlos completamente para alcanzar la Paz.
El responsable de esta torpeza es -seguramente- Emilio Romero, el escritor de la novela y supervisor del guión. Romero alcanzó cierta popularidad durante la Transición participando en tertulias de la televisión en las que se le presentaba como una periodista prestigioso, lo que no deja de ser sorprendente en este tiempo en que todo lo que tenía que ver con el franquismo era rechazado. Al parecer Romero, aunque firme partidario del Movimiento Nacional, se permitía desde su diario, Pueblo, la libertad de hacer algunas críticas a aspectos laterales del Régimen. El tipo de crítica que simulaba una cierta libertad de expresión sin poner en peligro la credibilidad esencial del Gobierno. El tipo de crítica que el Régimen podía soportar.
Sea como fuere, hay que reconocerle a Romero una frase premonitoria, un acertado pronóstico en boca de uno de los responsables de la operación: «Cuando llego a mi casa y veo a mis hijos dormidos, pienso que ellos no podrán comprender nunca las razones que hemos tenido. No nos comprenderán ni ellos, ni los que vengan después«. Este personaje está hablando de nosotros, de Ud. y de mí, de los que somos hijos de franquistas o hemos venido después.
… tanto el director como el protagonista (un Adolfo Marsillach de quien entonces ya se conocía su talante antifranquista) se preguntaban “¿Qué hacemos nosotros en una película tan fascista?”. |
La Gavilla Verde |